¿Cómo interpretar la presencia de China y Rusia en América Latina?
Históricamente (y naturalmente por proximidad geográfica), América Latina ha sido y es el área de influencia de Estados Unidos. No podía ser de otra forma: siendo ésta una potencia hegemónica global, está en su naturaleza, primero, asegurar el control y la influencia sobre su vecindario más cercano. No en vano, coloquialmente, América Latina ha sido llamada el “patio trasero” de Estados Unidos. Inclusive, al interior de su círculo político, América Latina es considerada y percibida como parte de su política interna (como un Estado más) y no de su política externa.
Ahora bien, no es una novedad que Estados Unidos ya no está solo en esta parte del mundo. Durante la última década, Rusia, y, sobre todo, China, han dejado en claro sus intenciones de influir y proyectar su poder sobre la región, lo que han logrado con creces – con niveles muy diferentes de penetración, por cierto – si se compara con el período de la Guerra Fría. Y para eso, han acudido a diversas y variadas estrategias.
¿Cuál ha sido el modo de penetración de China en América Latina? ¿Qué forma tomó su proyección en la región? Los números hablan por sí solos. China ha apostado al comercio y las inversiones. De hecho, se ha convertido en el primer o segundo socio comercial de muchos países latinoamericanos. Y el Banco Chino de Desarrollo ha financiado muchos de los proyectos de infraestructura que hoy están en progreso en nuestra región.
En este marco, tampoco podemos olvidar la inclusión y consideración de Latinoamérica en su gran proyecto geopolítico global – la Nueva Ruta de la Seda -. Hoy son 21 países los que se han adherido.
Por otra parte, el mismo Xi Jinping ha visitado la región 11 veces y le ha otorgado el rango de “Asociación Estratégica Integral” a muchas de las relaciones que mantiene con los países latinoamericanos.
En lo que respecta a Rusia, su influencia y proyección ha sido más modesta. Así, su peso económico en la región ha estado muy por debajo del que ostenta China. Pero sí ha sabido proyectarse geopolíticamente sobre la región durante la pandemia, a través de la diplomacia de las vacunas (aprovechando la indiferencia de EEUU y Europa que estaban preocupados por su propio abastecimiento), y ha sabido ganarse un lugar como proveedor de armamento para Latinoamérica.
Pero si queremos ser más precisos, su acercamiento a la región ha estado mayormente marcado por sus vínculos políticos y diplomáticos con un grupo seleccionado de países, más que por el peso de sus relaciones económicas. Así, éstas todavía no han estado a la altura de las relaciones políticas-diplomáticas que ha sabido tejer con sus aliados latinoamericanos.
Dicho esto, cabría preguntarse cuáles han sido los factores que han contribuido a la intromisión de China y Rusia en América Latina. Y en este sentido, primero debemos pensar en Europa (aliado tradicional) y la debilidad de su política exterior hacia la región, ya sea por la falta de consenso en su interior, como por la falta de una política exterior autónoma, que no esté subordinada a los intereses norteamericanos.
Pero más importante aún, es el papel o rol que ha jugado Estados Unidos durante todos estos años. No cabe dudas de que ha dejado un vacío relativo que ha sido muy bien aprovechado por aquellas dos potencias.
Y esto se debió a varios factores. Durante lo que va de este siglo, su política exterior ha estado muy ensimismada sobre los conflictos de Afganistán e Irak y otros asuntos mundiales que la han llevado a desviar su atención de América latina. Si a eso le sumamos el aislacionismo de Trump y la erosión de su credibilidad internacional a partir de la crisis de 2008 y el fracaso de sus intervenciones a nivel global, es posible entender porque, en lo que puede considerarse un juego de suma cero, China y Rusia han visto una oportunidad para influir y entrometerse en una región tradicionalmente orientada hacia la potencia del norte.
También hay que tener en cuenta que a través de plataformas como los BRICS y otros espacios de negociación, ambas potencias han apostado por la defensa del multilateralismo y la construcción de un mundo multipolar, dos consignas con las que la región se ha sentido históricamente identificada.
Para cerrar, quisiera hacer algunos comentarios finales.
En primer lugar, es cierto que la influencia de China y Rusia puede ser limitada o condicionada por el poco atractivo que sus regímenes políticos tienen en una región donde predominan los valores democráticos. No obstante, hay que tener en cuenta que dado el grado de atraso económico en el que está inmerso la región, muchas de estas cuestiones quedan en un segundo plano en pos de un pragmatismo que busca favorecer los intereses nacionales de los países involucrados. De este modo, China y Rusia se convierten en alternativas para diversificar los vínculos políticos y económicos.
En segundo lugar, está claro que Rusia aún no cuenta con suficiente poder como para desplazar económicamente a EEUU o incluso a la misma China en lo que es América Latina.
Finalmente cabría preguntarse hasta que punto China podrá mantener esta predominancia económica en los países latinoamericanos, teniendo en cuenta que su presencia y vinculación profundiza el patrón productivo de especialización y la primarización de nuestras economías. Además, potencialmente, podrían surgir problemas de incompatibilidad económica con aquellos países que finalmente se embarquen en un proceso de diversificación productiva a través del desarrollo industrial.