La sombra del neofascismo cae sobre Italia

La sombra del neofascismo cae sobre Italia

Como sabemos, durante estos días Italia ha estado en el centro de la escena internacional a partir del triunfo de Giorgia Meloni – líder del partido “Hermanos de Italia” – en los comicios generales celebrados el domingo pasado. En clave política, esto significa la llegada de la extrema derecha – o el “neofascismo” – a la cúspide del poder italiano.

Probablemente, el resultado electoral no sorprenda demasiado si se tiene en cuenta lo que las encuestas venían previendo en los últimos días. Pero sí, seguramente, llame la atención de que en pleno 2022 estemos hablando de que un partido “neofascista” (con lo que este término implica) estará a cargo del gobierno de la tercera economía más importante de Europa y de quien es país fundador del único organismo supranacional que existe hoy: la Unión Europea.

Es en ese terreno donde reina la incertidumbre y el temor: ¿qué Italia podemos esperar bajo el liderazgo de un partido que hunde sus raíces en el posfascismo? ¿Podría estar en juego la democracia bajo un gobierno con esta raigambre ideológica?

Incertidumbre y temor que no son infundados. Todavía está fresco el recuerdo de la aventura fascista de Benito Mussolini. Además, no hace falta remontarse a la historia: basta con prestar especial atención a las actuales experiencias iliberales en países vecinos como Hungría y Polonia, para poder tener un indicio de lo que podría llegar a suceder en Italia.

Tampoco se circunscriben al país mediterráneo. Tanto la Unión Europea como la comunidad internacional han manifestado su preocupación con lo que el pueblo italiano ha expresado en las urnas. Sobre todo, la primera, cuyo proyecto de integración y los valores que representa siempre se ven amenazados cuando este tipo de movimientos irrumpen en sus países miembros.

Ahora bien, ¿cómo es que la extrema derecha logró hacerse con el poder en un país como Italia? ¿cómo se define y caracteriza esta nueva derecha radical? ¿que implicancias podría tener para el futuro de la democracia italiana?

Para comenzar, como ya mencionamos anteriormente, “Hermanos de Italia”, si bien es un partido fundado en 2012, hunde sus raíces en el posfascismo del “Movimiento Social Italiano” fundado en 1946 (que en los 90 pasaría a llamarse “Alianza Nacional”).

Y como todo movimiento neofascista, para lograr legitimidad, ha apelado a la poderosa estrategia del convencimiento y la persuasión, a través de la propagación de un discurso cargado con un alto componente de emotividad y explotando las carencias y debilidades del sistema democrático, como así también, los fracasos de las clases dirigentes tradicionales representadas por la centro-izquierda y la centro-derecha italiana.

De esta manera, ha jugado y se ha preparado para jugar “dentro” del sistema presentándose como una derecha más moderada, responsable y acorde a los tiempos que corren.

Sin embargo, conserva ciertos postulados y definiciones que son muy propios de cualquier movimiento considerado neofascista: un fuerte discurso anti-inmigratorio y anti-europeista; una fuerte concepción soberanista y nacionalista; el culto a la tradición; el avance sobre los derechos de las minorías; la importancia de mejorar las tasas de natalidad; la promoción de la identidad nacional (blancos y cristianos) y la arremetida contra la izquierda globalista.

En el caso italiano, Hermanos de Italia ha sabido aprovechar el desencanto y la desilusión del electorado italiano, sobre todo el del sur del país, representado por las clases medias y trabajadoras que han visto desmejorar mucho su situación económica. Estos son los llamados “perdedores de la globalización”, a quienes ni la centro-derecha, ni la centro-izquierda supieron dar respuesta durante todos estos años. Así se entiende el fuerte abstencionismo que hubo en esta parte del país y que terminó castigando a las formaciones de izquierda.

Además, la coalición de derecha ha sabido aprovecharse de la constante y fuerte inestabilidad política y electoral que existe en Italia (lo que lleva siempre a su electorado a apostar por un cambio, algo “nuevo”) y de la división de la centro-izquierda en tres formaciones diferentes, la cuál de haber generado algún consenso, quizás hoy sería otra la historia.

Tampoco podemos obviar que su insistencia en permanecer por fuera de cualquier coalición de gobierno, siempre en el campo de la oposición, la alejó y la protegió de las consecuencias políticas de la diferentes crisis económicas, sanitarias y militares que se fueron sucediendo.

Finalmente, en cuanto a qué implicancias podría tener el ejercicio de su gobierno para el futuro de la democracia italiana, todavía es muy apresurado para saberlo. Pero como bien mencionamos anteriormente, la lenta pero progresiva erosión del Estado de Derecho en Polonia y Hungría por parte de formaciones de extrema derecha, sirven como ejemplo y advertencia de lo que podría suceder en los próximos años en Italia.

No obstante ello, hay una realidad que el gobierno de Meloni no puede ignorar y que seguramente reducirá su margen de maniobra: dada su situación económica y el estado de sus cuentas públicas, como así también, su participación en la eurozona, Italia cuenta con fuertes condicionamientos a su política económica y hoy más que nunca necesita de los fondos y/o financiamiento que la UE le proporciona.

Por lo tanto, sea el gobierno que sea, éste no puede hacer lo que quiere ni mucho menos gobernar ateniéndose solamente a su identificación ideológica, oponiéndose a la UE. Esto es lo que pasa cuando la realidad se impone sobre el discurso. Sino observemos a la Hungría de Viktor Orbán, que ha cruzado los límites y hoy trata de ponerse en sintonía en materia de anticorrupción, para poder tener acceso a los fondos de la UE.

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