Qatar 2022: “el lado oscuro del Mundial”

Qatar 2022: “el lado oscuro del Mundial”

Finalmente, el día tan esperado por una gran porción de la población mundial, llegó. Qatar dio inicio al Mundial de Fútbol en el que tanto tiempo y recursos invirtió. La “pelota” comenzó a rodar y todas las miradas están puestas en el pequeño país peninsular.

Sin embargo, Qatar no sólo es noticia por ser el anfitrión de un nuevo Mundial. Tampoco es sólo noticia por sus grandes rascacielos e infraestructuras que captan la atención de los turistas que se allegaron para alentar a sus respectivos seleccionados nacionales. Desde hace tiempo, “el reino del desierto” está en el centro de la polémica por su tratamiento en materia de DD.HH.Desde su designación como sede del Mundial de Fútbol a realizarse este año, ha recibido todo tipo de cuestionamientos que se han intensificado y acentuado a medida que su inauguración se acercaba.

Y es que según investigaciones de diferentes organizaciones no gubernamentales (entre ellas, la reconocida Human RightsWatch),en todos estos años, habrían muerto, por condiciones laborales infrahumanas, más de seis mil obreros inmigrantes que se desempeñaron en la construcción de las diferentes infraestructuras para poder albergar este Mundial.

No obstante ello, el reino qatarí también es puesto en discusión en su cotidianeidad, en el tratamiento diario que tiene conlas minorías que habitan su territorio, especialmente las mujeres (que son un 25% de su población) y la comunidad LGTBIQ+. En este sentido, las mujeres son consideradas seres inferiores, y en consecuencia, cuentan con numerosas restricciones en materia de derechos, entre ellas, estar siempre bajo la tutela de un varón, o bien, el no poder ejercer el acto sexual por fuera del matrimonio, lo que es fuertemente penalizado. Algo similar ocurre, por ejemplo, con los homosexuales, cuya relación o unión está muy mal vista y también es fuertemente castigada.

Ahora bien, esta discusión o lo que podríamos llamar “el lado oscuro del Mundial” volvió a tener exposición pública ante la intervención que hiciese el presidente de la FIFA, Gianni Infantino, un día antes del comienzo del Mundial, para “moderar” o “relativizar” las críticas que el mundo occidental venía realizando hacia Qatar por la situación de los DD.HH. y sus condiciones de trabajo. Sin negar las acusaciones o cuestionamientos realizados al país organizador del evento, su discurso estuvo centrado en resaltar y/o acusar la hipocresía de los países europeos y/o occidentales que se rasgan las vestiduras denunciando los atropellos del régimen qatarí, pero a su vez fueron y son partícipes y beneficiarios directos de la organización y desarrollo de este Mundial. De hecho, no es la primera vez que su organización está estrechamente vinculada a regímenes que violan los DD.HH. Sin ir más lejos, tenemos nuestro propio ejemplo con el Mundial celebrado en nuestro paísen 1978, en plena dictadura militar. La apelación a la historia y a 3.000 años de invasiones y conquistas por parte de Europatambién fueron parte de su argumento para denunciar la hipocresía de Occidente.

Y en este aspecto, no podría estar más de acuerdo. Nadie niega ni resta importancia a la situación deplorable y denunciable que se vive al interior del Estado qatarí. Pero…¿debe ponerse la atención aquí? ¿Acaso es Europa quien debe dar lecciones de moralismo después de una historia plagada de atropellos y violación sistemática de los DD.HH en continentes como África o la misma América? La pregunta entonces debe ser: ¿Por qué se llegó a esta situación? ¿Cómo es que Qatar fue elegido como sede para albergar uno de los eventos más importantes y más occidentales a nivel mundial?

Incluso, si lo analizamos desde la lógica, tampoco tendría mucho sentido: Qatar no tiene una tradición futbolística, tampoco contaba con estadios hasta que finalmente fueron construidos para este Mundial, ni mucho menos las condiciones climáticas son las adecuadas o las mejores para llevar adelante este tipo de eventos.

¿Y entonces que es lo que explica esta situación? Dejando de lado por un momento las sospechas e investigaciones de corrupción que pesan sobre la FIFA, en algo tiene razón Infantino: las grandes empresas occidentales y los gobiernos centrales que las apoyan se han beneficiado (y lo siguen haciendo) de los negocios que realizan y mantienen con regímenes autoritarios como el de Qatar, y más en una industria tan poderosa y masiva como la del deporte, y sobre todo la del fútbol, que mueve millones y millones de dólares.

Tengamos en cuenta que las monarquías del Golfo, como la qatarí, son bien conocidas por su riqueza derivada de la explotación y producción de petróleo y gas. De hecho, es una tendencia y/o fenómeno cada vez más creciente el hecho de que muchas de las corrientes migratorias que llegan al país qatarí, provengan de los países más pobres del MENA (Medio Oriente y Norte de África) en búsqueda de nuevas oportunidades ofrecidas por la pujante industria del gas y del petróleo.

Por lo tanto, si bien hay investigaciones en curso sobre la legitimidad de la elección de Qatar como sede de este Mundial, no hay dudas que la pequeña nación ha sabido manejar muy bien sus cartas y ha sido una gran negociadora para lograr que un evento como la Copa Mundial de Fútbol pueda celebrarse en su territorio. Se habla y se presume de que detrás de esa designación, han existido actos de corrupción en la que han participado políticos y empresarios importantes del mundo occidental junto a jeques árabes. Es muy probable. Lo cierto es que, se confirme esto o no, esta situación vuelve a demostrar la creciente gravitación e incidencia que tiene la vinculación entre el Estado y las empresas transnacionales en la agenda internacional.

Y cuando hablamos de negocios, lamentablemente, muy poco importan los DD.HH. o las condiciones político-sociales que existen en ese Estado. Esto explica por qué lo que es parte de la identidad del mundo árabe y su excepcionalidad- el “autoritarismo”, ya que la democracia no es una idea socialmente construida y compartida en el MENA -sea a la vez visto como un factor de estabilidad por las potencias occidentales (y en consecuencia apoyado y/o patrocinado por ellas), en una región donde la convivencia de diversos factores políticos, religiosos, étnicos y extrarregionales, la convierten en una de las más convulsas y neurálgicas del planeta y ponen en peligro cualquier tipo de negocio, interés o comercio que se pretenda llevar a cabo allí mismo.

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