De Argentina para el mundo: la proyección de nuestra idiosincrasia nacional
“¡Somos campeones del mundo!”Así fue el grito de desahogo – y seguramente el de millones de argentinos – con el que Leandro Paredes celebró junto a Leo Messi el gol que le daría a Argentina su tercera Copa Mundial. De esta manera, el astro del futbol mundial lograba la máxima hazaña y le daba al pueblo argentino una alegría de la que difícilmente alguna vez podrá olvidarse.
Pasada la euforia inicial – porque sin dudas los festejos y celebraciones continuarán por mucho tiempo más – múltiples análisis y lecturas deportivas pueden hacerse sobre el inteligente partido que Argentina le planteó a Francia.
No obstante, el contexto y las condiciones en las cuales nuestro seleccionado nacional obtuvo el tan ansiado título mundial, y su posterior repercusión, habilitan también otros tipos de análisis y lecturas, más orientados hacia interpretaciones de índole política, sociológica y filosófica.
Así, hay quienes visualizan en el triunfo de Argentina“la victoria de los pueblos oprimidos sobre el poder de las grandes potencias mundiales” (como alguna vez se interpretó la famosa “Mano de Dios”). Otros ven este momento como una oportunidad para que argentinos – e incluso, latinoamericanos – nos volvamos a unir, para hacernos fuertes frente a las amenazasexternas. Y hay quienes interpretan, la espontánea y masiva salida del pueblo a las calles para celebrar el triunfo, como un desahogo contenido tras un largo período de aislamiento social y los estragos dejados atrás por la pandemia.
Sin embargo, en esta columna de opinión, me gustaría aportar desde otro lugar sobre lo que significa y representa para nuestro país esta gran hazaña nacional.
Considero que este es un momento excepcional para que Argentina exporte al mundo los rasgos y atributos más inherentes a su idiosincrasia e identidad. Es decir, un modelo de nación, una manera de “ser”, el “ser argentino”. Hemos sido testigos de cómo el mundo quedó asombrado y maravillado con los millones de argentinos que salimos a las calles a celebrar este triunfo y el modo y la forma en que vivimos y sentimos ese momento. Así quedó reflejado en la cobertura que los grandes medios internacionales hicieron de esos festejos.
Y ese asombro no sólo fue porla forma particular en que el pueblo argentino salió a celebrar el título mundial. El mundo también quedó admirado y atraído por el conjunto de valores que nuestro seleccionado nacional representó y exteriorizó en el campo de juego: sacrificio, esfuerzo, compañerismo y trabajo en equipo, entre otros. Valores, no está demás decir, que también los argentinos nos sentimos profundamente identificados y representados.
Por lo tanto, en un momento que el mundo está posando sus ojos sobre nuestro país y lo mejor de nosotros, el Estado argentino no debería desaprovechar esta oportunidad de exposición y visibilidad para poner en marcha mecanismos que nos permitan proyectar mayor influencia hacia afuera a partir del atractivo que genera nuestra idiosincrasia e identidad nacional. Es decir, la proyección de una imagen o “marca país” construida sobre el conjunto de valores y atributos que nos definen e identifican como argentinos.
Por poner sólo un ejemplo del atractivo que genera nuestra cultura, nuestra historia y nuestra identidad, y que se acentuó durante este Mundial, basta con observar el modo en que el pueblo de Bangladesh – un país totalmente alejado del nuestro, tanto en términos geográficos como culturales – idolatró a nuestros ídolos futbolísticos y salió a festejar cada una de las victorias de la Argentina como si fuese la suya propia.
Ahora bien, esta forma singular de proyectar influencia y/o poder a través de la cultura, la idiosincrasia y los factores identitarios tiene su razón de ser en que el poder no solo implica la posesión y despliegue de recursos tangibles y/o materiales – lo que se llama “poder duro” (recursos militares y económicos) – sino tambiénla posesión y proyección de recursos intangibles y/o inmateriales como la cultura, los valores, las narrativas, las políticas y cualquier recurso capaz de generar atracción en otro actor (Actis y Creus, 2020).
Es lo que Joseph Nye, uno de los principales teóricos de las Relaciones Internacionales, llamó “poder blando”:“la capacidad de afectar a otros a través de la cooptación y configuración de la agenda, de la persuasión y del ejercicio de una atracción positiva en orden de obtener resultados deseados”.
Esta forma de proyectar poder también se identifica y/o relaciona con el “tercer rostro” de los 3 rostros conlos que el poder puede expresarse y manifestarse según el autor: aquel definido por la capacidad de un actor de configurar y moldear las preferencias, creencias y percepciones iniciales de otro actor, a partir de la puesta en marcha de mecanismos sofisticados de influencia donde el poder blando y los recursos inmateriales de poder juegan un rol fundamental en la consecución de ese objetivo.
Por consiguiente, teniendo en cuenta lo anteriormente dicho, Argentina se encuentra ante una oportunidad histórica para, por medio del ejercicio de su poder blando – el cual se ha revalorizado con su participación y performance en este Mundial -, sacar provecho de su momento de gloria y así construir y proyectar poder hacia afuera, diversificando los vínculos políticos, económicos y socio-culturales y alcanzando una mayor autonomía en el plano internacional.