Un balance de la Cumbre de Roma del G20
Si bien los ojos del mundo están posados sobre la COP26, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático que se está desarrollando en estos momentos en la ciudad de Glasgow (Escocia), en esta oportunidad quisiera concentrarme en lo que ha sido la gran cita mundial que tuvo lugar en Roma (Italia) el fin de semana pasado. Me estoy refiriendo a la última cumbre anual del G20.
Recordemos: el G20 es un foro internacional que surgió a partir de la combinación del G7 (luego G8 con Rusia) con el G15, y donde participan las principales economías del mundo, entre las que se encuentran las potencias industriales y los países emergentes. Juntos, representan más del 80% del PBI mundial y el 60% de la población global.
En consecuencia, hecha esta alusión, veamos lo más importante que, en materia de acuerdos y compromisos, dejó la reciente cumbre de líderes del G20.
Para ello, no podemos comenzar sin mencionar lo que ya sin dudas constituye un hito revolucionario en la búsqueda de un orden internacional más justo: la adopción de un impuesto mínimo global del 15% a las multinacionales. Si bien esta iniciativa fue pactada al inicio del mes de octubre, en Roma volvió a contar con un renovado impulso por parte de las principales economías mundiales.
El objetivo detrás de esta iniciativa es la modernización del sistema fiscal internacional, buscando evitar la evasión permanente de las empresas transnacionales y garantizar que contribuyan de forma equitativa.
En materia económica, también se habló acerca de la necesidad de revisar la política de sobrecargos del FMI y la posibilidad de crear un Fondo de Resiliencia y Sustentabilidad para proveer financiación accesible a largo plazo a los países de medios y bajos ingresos.
La otra gran estrella de la cumbre, como se esperaba, fue la cuestión del “cambio climático”, no sólo porque Roma era la antesala de la COP26, sino también porque hoy es uno de los grandes temas de la agenda internacional, impulsado principalmente por el presidente de Estados Unidos, Joe Biden.
Por consiguiente, los países se comprometieron a limitar el incremento de la temperatura global a 1,5 grados. Claro está, para ello debieron abordarse transversalmente otras cuestiones como la ayuda y el apoyo a los países en desarrollo, la sustitución de fuentes de energía convencionales por otras renovables (por ejemplo, dejando de financiar la construcción de plantas de carbón en otros países), entre otras tantas.
Finalmente, como no podía de ser de otra forma, la pandemia estuvo en la mesa de discusión. Al respecto, se hizo hincapié en dar una respuesta a la inequidad en el reparto mundial de las vacunas y material médico. Así, los mandatarios se comprometieron a incrementar el abastecimiento y donación de vacunas y a remover los obstáculos para los países en vías de desarrollo, como, por ejemplo, a través de un alivio en el pago de la deuda para los países deudores, como es el caso de Argentina.
En esta materia, también se hizo escuchar el reclamo particular de potencias como China y Rusia para que se agilice el proceso de reconocimiento de las vacunas a nivel mundial, que como ha quedado demostrado (sobre todo en el caso europeo), aún está muy lejos de concretarse.
Ahora bien… ¿qué balance podemos hacer de la Cumbre de Roma?
En primer lugar, si bien se abordaron y acordaron varios asuntos, al final del día, si se presta atención a la declaración final, los compromisos no han sido ni tan concretos ni tan ambiciosos. En muchos casos, incluso, ha quedado flotando en el aire la pregunta de cómo van a ser implementados.
Esto, en parte, ha sido debido a la distancia que todavía existe entre lo que se proclama – y se desea – y lo que finalmente se concreta; y en parte debido a la diversidad y divergencia de intereses nacionales que aún predomina al interior del G20.
En segundo lugar, la reunión vuelve a poner en evidencia la contradicción que existe entre un espacio multilateral cuya dinámica, desde su origen, ha sido la adopción de medidas por consenso y la existencia en su seno de potencias que en algunas ocasiones demuestran poca voluntad para implicarse en consensos globales. Es el caso actual de China, por ejemplo, y su reticencia a abandonar del todo el uso del carbón en pos de un objetivo global.
Por último, en Roma ha quedado evidenciado, una vez más, qué si bien el G20 ha significado una oportunidad de mayor participación política para los países emergentes, la lógica de los poderosos es la que sigue prevaleciendo, porque, al fin y al cabo, son las grandes potencias las que aprovechan este tipo de espacios para disputar posiciones de poder y competir entre sí respecto a temas comunes, bilaterales y de statu quo, quedando anulada la práctica colectiva del consenso que supone el G20.